La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la obesidad (OB) y el sobrepeso (SP)
como una acumulación anormal y excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud
y que se manifiesta por un exceso de peso y volumen corporales2. Este organismo
considera la OB como la «epidemia del siglo XXI» por las dimensiones que ha adquirido
a lo largo de las últimas décadas y por su impacto sobre la morbimortalidad, la calidad de
vida y el gasto sanitario2-4. Según la OMS, en 2005 había en todo el mundo 1.600 millones
de personas mayores de 15 años y 20 millones de menores de cinco años con SP y 400
millones de personas con OB. Se estima que en el año 2015 habrá, aproximadamente,
2.300 millones de personas adultas con SP y más de 700 millones con OB2.
La prevalencia del SP-OB está experimentando un incremento en las últimas décadas.
Lindström et al5. constataron que en la población adulta la prevalencia de OB, en el
período 1986-1994, aumentó del 4,6% al 11,4% en varones y del 6,1% al 9,8% en mujeres.
Respecto al SP, el incremento fue del 33,9% al 45,2% en varones y del 19,6% al 29,1% en
mujeres. Esta tendencia es similar en España6.
La evolución de la prevalencia de SP-OB en la población infantojuvenil sigue una
tendencia parecida tanto en los países desarrollados7,8 como en los que están en vías de
desarrollo9. En España, el estudio Paidos del año 1984 estimó una prevalencia de OB infantil
del 4,9%10, mientras que Serra et al. constataron, entre 1998 y 2000, que la prevalencia
global de SP y OB fue de 12,4% y 13,9% respectivamente, siendo ambas superiores en
varones11. Otros estudios realizados en España han mostrado también un aumento de la
prevalencia de SP-OB en la población infantojuvenil12-14, así como del porcentaje de grasa
corporal en esta misma población15,16.
La OB es considerada en sí misma como una enfermedad crónica, pero también
como un importante factor de riesgo para el desarrollo de otras enfermedades responsables
de una elevada morbimortalidad en la edad adulta17. Así, en esta población la OB se
ha asociado con diabetes mellitus tipo 2, hipertensión arterial, dislipemias, cardiopatía isquémica,
alteraciones osteoarticulares, insuficiencia venosa, accidentes cerebrovasculares,
hiperuricemia y gota, apneas del sueño, insuficiencia respiratoria, trastornos psicológicos,
esteatosis hepática, hernia de hiato y tumores malignos de diversa localización (colon,
recto, próstata, ovarios, endometrio, mama y vesícula biliar). En la mujer, se ha asociado
también con disfunción menstrual, síndrome de ovario poliquístico, infertilidad, aumento
del riesgo perinatal e incontinencia urinaria17.
Se ha demostrado la presencia de asociación entre la OB infantojuvenil y su persistencia
en la edad adulta18-24. En menores con OB se ha constatado que un índice de
masa corporal (IMC) aumentado se asocia con concentraciones elevadas de colesterol
total (CT), colesterol ligado a lipoproteínas de baja densidad (LDL-c), apolipoproteínas
B (apo-B) y triglicéridos (TG) y concentraciones bajas de colesterol ligado a lipoproteínas
de alta densidad (HDL-c) y apolipoproteínas A (apo-A)25. Parece existir ya
una tendencia a la agrupación de los diversos factores de riesgo cardiovascular a edades
tempranas. Se ha constatado la presencia de asociación entre un IMC elevado en
la infancia-adolescencia y una mayor incidencia de enfermedad isquémica coronaria
en la edad adulta26,27.
La OB en adolescentes, en suma, se ha asociado a un mayor riesgo de mortalidad por
todas las causas y de mortalidad específica por determinadas enfermedades en varones
adultos28. La morbilidad por enfermedad coronaria y arteriosclerosis también se incrementó
en personas adultas de ambos sexos28. La OB en la adolescencia se asoció, así mismo,
a un riesgo incrementado de cáncer colorrectal y de gota en varones adultos y de artritis
en mujeres28. La OB iniciada en la adolescencia fue un factor predictivo más potente
para estas enfermedades que la OB iniciada en la vida adulta28,29. Se ha referido una mayor
incidencia de trastornos endocrinológicos (hiperinsulinismo, mayor resistencia a la insulina,
intolerancia a la glucosa, diabetes mellitus tipo 2 e irregularidad menstrual)30-33 y psicológicos
(depresión, baja autoestima)34,35.
Unido a todo ello, y como consecuencia de lo expuesto, el incremento de la prevalencia
de OB se asocia a un aumento del coste económico derivado del tratamiento de las enfermedades
asociadas a ésta. La mayoría de los estudios se han realizado con población adulta.
En 1999, los costes directos de la OB en los Estados Unidos (EE.UU.) constituyeron el 7%
del gasto sanitario total. En Europa, estos costes son algo inferiores, entre un 1,5% y un 4%,
según un estudio que recogió datos de cinco países (Reino Unido, Francia, Alemania, Portugal
y Países Bajos), probablemente debido a que la prevalencia de OB en Europa es inferior
a la norteamericana36.
En España, el Ministerio de Sanidad estima que los costes asociados a la OB representaban
un 7% del gasto sanitario en 2007, lo que supone 2.500 millones de euros anuales37.
En la población infantojuvenil, los estudios de costes son escasos. En los Estados
Unidos, el gasto sanitario hospitalario achacable a enfermedades relacionadas con OB de
inicio en la adolescencia pasó de 35 millones de dólares en el período 1979-1981 a 127
millones de dólares en el período 1997-199938. En la población infantojuvenil se ha comprobado
una mayor utilización de los servicios sanitarios en comparación con niños y niñas
y adolescentes con normopeso39.
El tratamiento del SP-OB muestra resultados dispares. Una revisión sistemática (RS)
con 18 ensayos clínicos sobre el tratamiento de la OB infantil concluyó que las intervenciones
evaluadas no ofrecían resultados concluyentes, dada su heterogeneidad (ejercicio,
aumento de la actividad física o reducción de la conducta sedentaria, programas de tratamiento
con orientación conductual) y la ausencia de potencia estadística de los estudios
individuales para detectar la eficacia de la intervención40. Más recientemente, un metanálisis
de 14 estudios que evaluó la eficacia de una intervención sobre modificación de los
estilos de vida concluyó que ésta producía una disminución del peso a corto plazo existiendo
alguna evidencia de que dicha disminución podía ser mantenida en el tiempo41. La
eficacia de las intervenciones dietéticas, si existe, es de corta duración42. Por otra parte, las
intervenciones farmacológicas y quirúrgicas deben utilizarse solamente en circunstancias
excepcionales, especialmente si existen comorbilidades graves43.
Por todo ello, dado que el SP-OB desarrollado en la infancia y adolescencia tiene una
fuerte tendencia a persistir en la vida adulta y que está ampliamente demostrado que el
exceso de peso en la edad adulta reduce las expectativas de vida debido a la comorbilidad
asociada, la prevención desde la infancia es prioritaria37. Algunos estudios han constatado
resultados esperanzadores de diversas intervenciones dirigidas a promover conductas sa-
ludables, como una dieta equilibrada y la realización de ejercicio físico, condiciones necesarias
para la prevención del SP-OB44,45.
Los resultados de estudios sobre hábitos dietéticos realizados en España indican que
un elevado porcentaje de la población no cumple las recomendaciones de la dieta considerada
como saludable, y que la dieta mediterránea está siendo abandonada y sustituida
por otras con mayor contenido en grasa total y saturada debido a un aumento de la proporción
de carnes rojas, embutidos y huevos asociado a la reducción de frutas, hortalizas,
cereales y legumbres46. Así, estudios realizados en población española de 4 a 14 años
muestran que sólo el 34% comen dos o más raciones de verduras y hortalizas diarias, el
60% comen dos o más frutas al día, el 32% toman golosinas varias veces al día, y el 37%
comen arroz o pasta casi a diario46.
En cuanto a la forma física de los adolescentes (capacidad aeróbica y fuerza muscular),
estudios realizados en la población infantojuvenil española muestran que es menor
que la de los adolescentes de otros países europeos47, siendo los niños y niñas españoles
los que practican menos ejercicio en horario extraescolar: más del 60% no practica o
practica ejercicio menos de dos veces a la semana, porcentaje que alcanza el 75% en las
niñas48,49.
En cualquier caso, la prevención del SP-OB infantojuvenil requiere la implicación
institucional de los gobiernos de los países afectados por esta enfermedad, ya que las intervenciones
que se deben desarrollar van mucho más allá del ámbito estrictamente sanitario36,50,51.
En este sentido, España impulsa, desde el año 2005, la Estrategia NAOS (Nutrición,
Actividad física, prevención de la Obesidad y Salud), promovida por el Ministerio
de Sanidad y Consumo dentro del Plan de Calidad52. La Estrategia NAOS tiene como
objetivo fomentar acciones de promoción de la alimentación saludable y de la práctica de
actividad física en colaboración con profesionales de la salud, municipios y comunidades
autónomas, familias, los sectores educativo y empresarial. Además, otras acciones de la
Estrategia son la realización de protocolos dirigidos a atención primaria, en colaboración
con las sociedades científicas, para la detección precoz de la OB, así como desarrollar
programas de seguimiento. Y también, impulsar la investigación sobre OB, realizar un
control epidemiológico (mediante el Observatorio de la Obesidad) y establecer un plan
de acción para la prevención, con iniciativas como los programas PERSEO y THAO.
La presente GPC para la prevención y el tratamiento del SP-OB infantojuvenil forma
parte de las acciones de esta Estrategia. Existen numerosas GPC en todo el mundo que
abordan de forma rigurosa la prevención y el tratamiento de la OB infantojuvenil43,53-58 pero
en España no se había llevado a cabo esta iniciativa hasta la fecha, por lo que se pretende
que el presente proyecto pueda contribuir efectivamente a la prevención y el tratamiento
del SP-OB en este segmento etario.